Producido por los colaboradores habituales Guille Milkway (La Casa Azul) y Jon Klein (Specimen), Fangoria regresan al mercado musical después de tres años de ausencia. El título del álbum, mordaz a todas luces, poco tiene que ver con unas letras fieles al estilo del dúo que tratan sobre ciencia ficción, el paso inexorable y aniquilador del tiempo, y los aspectos más oscuros de las relaciones sentimentales: odio, ingratitud, desengaño, soledad, hastío, mentira, obsesión y sufrimiento.
La
festiva “Geometría Polisentimental”, elegida como primer single, fue un pequeño
anticipo de un álbum electrónico, amargo y bailable. Un tema a la altura de
“Dramas y comedias”, “Criticar por criticar”, “Electricistas”, “En la
Disneylandia del amor” o “Hagamos algo superficial y vulgar”, por poner algunos
ejemplos. A pesar de una letra excéntrica, gracias a su melodía pegadiza,
consiguió llegar a las primeras posiciones de las listas de ventas. Todo un
éxito en una industria dominada por productos comerciales, irrelevantes y
escasos de profundidad.
Canciones
como “Disco Sally” —inspirada en la octogenaria famosa por sus juergas en el
celebérrimo Studio 54 que, según la leyenda, murió bailando en mitad de la
pista—, “Vacaciones en el infierno” que destaca por unos versos incisivos y
unos coros extraños, “Manual de decoración para personas abandonadas”, “La marisabidilla, el escorpión y la que
quita la ilusión” y “Mentiras de folletín”, ácida hasta el punto de hacer
brotar la sangre, pueden contarse como los momentos más asequibles del disco.
“Iluminados” (que podría ser sencillo perfectamente),
“Voluntad de resistir” y “La nostalgia es una droga” (con unos impagables
versos en latín) recuerdan a las composiciones de Dinarama tanto en lírica como
en estilo. El críptico final formado por “Delirios de un androide cardado”, “La
procesión va por dentro” y “Larga vida y prosperidad” —poco digerible y
anticomercial—, subraya unas atmósferas que podrían formar parte del lejano
imaginario Pegamoide sin ningún problema.