Todo hombre, cuando se ha ganado la legítima muerte que precede
a la madurez, regresa a la infancia en busca de inspiración y alimento. Entonces
es cuando su siesta queda alterada por sueños proféticos y perturbadores;
recurre al sueño para estar más vívidamente despierto.
Henry Miller
Inédito en España hasta el 2015, El puente de Brooklyn y otros relatos reúne una serie de historias
escritas en diferentes periodos de la vida de Henry Miller. Cada una es un universo
en sí misma, divididas entre la fina línea que separa la realidad y la ficción, que desgranan todo tipo de reflexiones personales desde la decadencia del planeta, la hipocresía de las apariencias, el caos producido por la Segunda Guerra Mundial, la muerte del afecto y
la convicción de redimir al ser humano de su egoísmo, mezquindad e
imperfecciones.
Pese actuar como un cínico rebelde, siempre en busca de la
manera de cubrir sus necesidades (comida, bebida, alojamiento, sexo) con el mínimo
esfuerzo, Miller era un individuo increíblemente observador que analizaba su
entorno y el comportamiento de sus semejantes hasta el mínimo detalle. Aunque no la respetara como concepto, la influencia de la
sociedad fue crucial a la hora de crear su obra. Una de sus características más
pronunciadas —aparte de la sátira, humor negro y crítica habituales— es el exacerbado individualismo
que lo obligó a dar la espalda al modelo de vida americano sustentado en el
trabajo, la familia, la patria y la religión. Ello conllevó a una precaria
existencia en la que no le quedó otro
remedio que subsistir de modo parasitario de amistades, conocidos y amantes. Huelga
decir que ello jamás le importó en absoluto —tal como narra en “Fricandó astrológico”, hilarante historia en la que se burla de unos millonarios pueriles, místicos, absurdos y obsesionados con los signos del
zodiaco— a la hora de desplumar a todos aquellos pobres incautos.
Ambientado durante su estancia en Francia, puede que “Via
Dieppe-New Haven” sea el mejor relato de la presente antología. Nos encontramos
con Miller inmerso en una odisea homérica, dispuesto a alcanzar Inglaterra para
pasar una pequeña temporada de vacaciones navideñas. Aparte de sus perpetuos problemas
económicos y el hastío ante la carencia de novedades, cabe destacar la
tormentosa relación sentimental que mantenía con su segunda esposa, June Miller,
cuya presencia fue innegable durante toda su carrera literaria. Tal como suele
suceder en estos casos, los agentes de seguridad e inmigración se empeñarán en
arruinar sus planes con una serie de normas, medidas y acciones burocráticas
tan férreas como despreciables.
En “El excombatiente alcohólico y con el cráneo con forma
de tabla de lavar” nos encontramos con una situación de lo más corriente —tropezar
con un desconocido por la calle ansioso de compañía— que deriva en un análisis sobre la condición
humana, la verdad, la mentira y la ilusión, los efectos negativos del alcohol, la carencia de libertad del mundo
moderno, el derecho a tomar decisiones erróneas y la fantasía que implica crear
un sueño que sirva como tapadera para atenuar el dolor de una vida condenada al
fracaso.
“El puente de Brooklyn” es una metáfora sobre soltar
amarras, destruir a la persona creada durante la infancia y la juventud a favor
del hombre inmerso en la búsqueda espiritual inaccesible que implica la madurez:
la paz interior después de un largo periodo de culpa, sufrimiento y, por último,
redención. La mirada corrosiva del autor, en vez de centrarse en el exterior,
deriva hacia su propia alma, analizando los actos que lo han conducido hasta
aquel punto de su existencia.
Otro brillante relato es “Madeimoselle Claude” en el que
imperan los cafés parisinos, las calles miserables, los hoteles de mala muerte,
la poco gratificante labor de las prostitutas, los chulos que explotan
a sus protegidas, las enfermedades venéreas tratadas con parafina y el “amor”
comprado por dinero. Mundo que conocía a la
perfección de primera mano. Pobre como una rata, partidario de
ser mantenido por cualquiera con tal de comer con asiduidad, Miller fantasea con
la idea de entregarse al sexo opuesto sin ninguna clase de diatribas. Puestas de sol, manjares, paseos al atardecer, vinos caros y residencias de lujo. La desinteresada muestra de humanidad de un sueño improbable de cumplir.
Por último, “El puerto de Paros” parece un fragmento perdido de El coloso de Marusi en el que el autor
hace hincapié en la belleza de Grecia, la afabilidad de sus gentes, las maravillas naturales que contempla con asombro y la tranquilidad que le aporta haberse encontrado a
sí mismo después de largos años de vagabundeo, contradicciones y la necesidad de
aislarse del sistema que ha intentado convertirlo en un esclavo por todos los medios.
Distante, analítico, obsceno, profundo, sarcástico y provocador, Miller nunca llega a involucrarse a nivel emocional con aquellos que encuentra por el camino por la sencilla razón que sus iguales son demasiado necios como para salvarse de sí mismos. La experiencia de toda una vida le ha demostrado un hecho irrefutable: no merece la pena sacrificarse por cambiar lo imposible.