Todos los
sistemas de control se basan en el binomio castigo-premio. Cuando los castigos
son desproporcionados a los premios y cuando a los patrones ya no les quedan
premios, se producen las sublevaciones.
William S.
Burroughs
Novelista, intelectual, ensayista y crítico social,
Burroughs fue una de las mentes más peculiares y brillantes de su generación;
el mismo que sobrevivió al infierno de los narcóticos —piedra angular de toda
su obra— para plasmarlo en sus escritos. En ellos nos encontramos con una
invectiva mordaz al sistema, experimentación estilística y delirio creativo.
Influenciado por Rimbaud, T.S. Eliot, Genet, Beckett, Artaud, Joseph
Conrad y Bataille, desarrolló un universo propio oprimido por mutaciones
físicas y mentales, trastornados paisajes de Ciencia Ficción bañados por la
lluvia nuclear conviven con ciudades convertidas en escombros y supervivientes
reducidos al primitivismo más elemental. Una visión del mundo anárquica e
iconoclasta —entre la paranoia, el pesimismo y la sátira— que ha sido de gran
influencia en múltiples ámbitos como la literatura, el cine, la música y la
pintura. Hablamos de cuatro generaciones diferentes en el espacio y tiempo: beatniks, hippies, punks y cyberpunks.
Burroughs se caracteriza por la búsqueda constante de
nuevas formas de lenguaje, la liberación personal, la experimentación sexual y
su afición por las armas de fuego patrimonio de las fuerzas del orden y el
ejército. Tal como explica en la serie de entrevistas y relatos que aparecen en El trabajo (Enclave de libros, 2014), usó
grabadoras, cámaras de televisión, noticias, periódicos, mítines políticos,
conversaciones, insultos y todo tipo de efectos para montar sus collages literarios. La cultura pop —no el mainstream socialmente aceptado—, sino el underground —la fina línea que separa un cuerpo
hambriento de un chute de heroína—, contaba con un exterminador entre sus filas.
Según el autor, la palabra es un “virus” que se fusiona con
el portador cambiando de forma definitiva su estructura genética y, por
consiguiente, la evolución como especie. Una simbiosis similar a la del adicto
con los narcóticos: ambos han quedado unidos de modo irresoluble. A partir de
entonces, desde el Jardín del Edén, a través de milenios de guerras, locura,
devastación y muerte, hasta llegar a la sociedad americana ensombrecida por el
resplandor atómico de Hiroshima, el escándalo Watergate, las junglas de
Vietnam bañadas por el napalm y el asesinato de Martin Luther King. No olvidemos
que la edición original de este libro apareció por primera vez a finales de los
sesenta.
Con el fin de contrarrestar la literatura convencional,
destacan el método cut-up (cortar el texto y distribuirlo
aleatoriamente), el fold-in (trasladar el final de la página al
principio para crear una sensación de flashback)
y el splice-in (varias grabadoras con diferentes
sonidos a la vez). De esta manera rompió la codificación lineal de la escritura
a favor de formas artísticas que, debido a su no-linealidad, le permitiría
caminos y asociaciones alternativas. Aunque estos experimentos puedan parecer
caóticos y carentes de sentido, en realidad eran todo lo contrario. Burroughs
seleccionaba con cuidado sus textos y los combinaba sin ningún tipo de azar, logrando
una perspectiva caleidoscópica y plural que —como afirmaba— le
permitía anticipar el futuro. Una visión a través de la neblina de los opiáceos que
echa por tierra cualquier modernidad.
El autor despedaza al sistema pudiente que, aparte de crear
generaciones consumistas y superficiales, aniquilarán cualquier tipo de
individualismo, ideas propias o creatividad. El control, la manipulación, el
capitalismo, la muerte de las emociones, el patriotismo, la familia y la
educación, también son diseccionadas con la precisión quirúrgica de un cirujano
gracias a una lucidez nacida de la suspicacia, el sarcasmo y la procacidad.
Para Burroughs, la juventud es la futura salvación del planeta siempre y cuando
se libere de los dogmas inculcados a favor de la rebelión en las calles; la
única manera de actuar en contra de un sistema corrupto, tan decadente como
laminador.
Como destructor/constructor del lenguaje, icono cultural y
francotirador agazapado en el extrarradio del academicismo, Burroughs rechazaba
las etiquetas y durante toda su vida operó al margen de las modas, conceptos y
clichés. El monopolio de la élite (gobiernos, inmobiliarias, ingeniería,
empresas de construcción, medicina, compañías automovilísticas, etc) controla
la riqueza, la cultura y los avances científicos para no perder sus privilegios
mientras mantiene en la ruina a aquellos que se encuentran por debajo de su
nivel. El autor hace hincapié en sus obsesiones habituales: el revolucionario
tratamiento de apomorfina (que le auxilió a desintoxicarse definitivamente), el
acumulador de orgones patentado por Wilhelm Reich y los infrasonidos que
podrían incitar a las multitudes a destruir ciudades.