Fue, creo, rey de Aquilonia durante
muchos años, un reinado turbulento y complicado en una época en que la
civilización Hiboria había alcanzado su cenit y todos los reinos tenían
ambiciones imperiales. Al principio luchó a la defensiva, pero soy de la
opinión de que finalmente se vio obligado a emprender guerras de agresión por
razones de supervivencia. Si logró conquistar un imperio o pereció en el
intento, es algo que desconozco.
Carta de Robert E. Howard a P. Schuyler Miller
Una
de las últimas creaciones de Howard fue el marinero Wild Bill Clanton «el mayor camorrista de puños de acero de los
Siete Mares». A diferencia de otros héroes del autor, Clanton destaca por un
turbio pasado —contrabandista, ladrón de perlas, traficante de esclavos— y por conseguir sus objetivos a la
fuerza; sobre el todo el nutrido número de muchachas seducidas por su
irresistible masculinidad. La influencia de la literatura de aventuras y
películas de piratas de la época resulta evidente en este personaje, puede que
uno de los más desconocidos para el gran público. Sus historias aparecieron publicadas
en Spicy-Adventure Stories entre
abril de 1936 y enero de 1937. Para Howard fue un buen modo (mientras pudo) de
ganarse la vida a través del humor y el salvajismo más primitivo.
Vulmea
el Negro, al igual que Clanton,
resulta otro héroe digno de mención en la etapa final del texano como escritor.
Comparte tantas similitudes con el cimmerio —melena
negra, volcánicos ojos azules, carácter impetuoso, fuerte como un toro— que Howard reescribió una historia rechazada
de Conan con el irlandés como protagonista. Existen tres relatos sobre el personaje
que no lograría vender: La venganza de
Vulmea el Negro, Espadas de la Hermandad Roja y La isla de la perdición de los
piratas. A modo de curiosidad, en la última historia Vulmea resulta un
soporte para Helen Tavrel, una heroína a la altura de Agnès de Chastillon, Bêlit,
Sonya de Rogantino o Valeria. ¿Quién dijo que el genio de Cross Plains solo escribía
sobre bárbaros cargados de testosterona.
La
mañana del jueves del 11 de junio de 1936, después de una larga noche de vigía
junto al lecho de su madre, el texano abandonó a una Hester Howard en coma
debido a la tuberculosis. Deprimido, fue a su estudio y escribió en su vieja
Underwood Nº5 sus últimas palabras:
Todo hecho, todo ido, álzame pues
sobre la pira
El festín ha acabado y la lámpara
expira
¿Qué significa?, preguntó el juez
de la paz.
Acto
seguido, salió a la calle y subió a su Chrevolet 1931. Abrió la guantera, sacó
el Colt calibre 38 que había pedido prestado y se pegó un tiro en la cabeza.
Alertados por el disparo, los vecinos trasladaron su cuerpo al interior de la
casa. No pudieron llevarlo a un hospital por la gravedad de las lesiones. El
texano era un hombre fuerte: tardó en morir ocho horas sin llegar a recuperar
la conciencia. Al día siguiente, sobre las diez y media de la noche, su madre
también pereció. Ambos fueron enterrados el domingo 14 de junio de 1936 en el
cementerio de Greenleaf.
Howard
nunca fue capaz de vencer sus complejos, el aislamiento, la poderosa ira que lo
embargaba a diario y el sentido de fatalidad arraigado en su interior. Murió
fiel a sus principios, con un arma en la mano, sin haber arrojado la toalla en
ningún momento, despreciando en secreto a Cross Plains, la gente que lo rodeaba
y una vida con la que jamás había logrado reconciliarse. Su personalidad
solitaria, neurótica, incapaz de adaptarse a su entorno y sensible, lo condujo
a la autodestrucción. Saber que perdería a su madre, a la que le unía una
terrible dependencia emocional, fue superior a sus fuerzas. La muerte fue la
única forma que tuvo de alcanzar la paz de espíritu. Su padre de 64 años,
completamente traumatizado, tuvo que hacer frente a la espantosa tragedia que
le había arrebatado a su familia.
Isaac
Howard legó la obra (manuscritos, cartas y revistas) de su hijo a la biblioteca
de Howard Payne College. Tal como era de esperar, el bibliotecario de turno,
estimando en poco valor la obra del texano (las portadas de los fanzines eran
considerados poco cristianos y de mal gusto en la época) arrinconó el baúl en
un sótano donde la humedad no tardó en hacer estragos. Al enterarse del poco
respeto que habían mostrado por la herencia cultural del escritor, Howard padre
no tardó en reclamarlo y enviarlo por correo a E. Hoffman Price, que hizo que
llegara a Glenn Lord, futuro representante de los herederos del texano.
Otis
Kline continuó vendiendo relatos de Howard a diversas revistas hasta 1939. En
1946, gracias a la editorial Arkham House, propiedad de August Derleth, salió
publicado en tapa dura el primer libro del autor: Rostro de calavera y otros relatos. Irónicamente, las historias de
Conan no se consideraban comerciales. Después de la Segunda Guerra Mundial,
Gnome Espress sacó a la venta toda la saga del cimmerio, también en tapa dura,
con un impostado orden cronológico que ha perdurado hasta principios del siglo
XXI. En un principio, las ventas no acompañaron a la calidad de los escritos.
Tuvieron que pasar muchos años hasta que el éxito abrumador de la trilogía de El señor de los anillos catapultara el
género de la fantasía heroica a nivel mundial. Por arte de magia, Howard se
convirtió en el segundo escritor del género más vendido después de J. R. R.
Tolkien. Aquel fue el primer paso que convertiría al bárbaro en leyenda… Pero
esa es otra historia.
EL
NEGRO DESCONOCIDO
(PUBLICADO ORIGINALMENTE COMO ECHOES OF
VALOR, TOR BOOKS, 1987)
—¡Bien dicho, Strom! —dijo detrás
de ellos una voz profunda y potente, cargada de burla.
Todos se volvieron con la boca
abierta. En lo alto de la escalera, Belesa se levantó, con una exclamación involuntaria.
Un hombre salió de entre los cortinajes que ocultaban la puerta de la estancia
y avanzó hacia la mesa sin prisa ni vacilación. Enseguida dominó al grupo, y
todos vieron que la situación había cambiado sutilmente y estaba cargada de una
atmósfera dinámica.
El extranjero era más alto y
corpulento que cualquiera de los bucaneros, pero pese a su tamaño se movía como
un felino con sus altas y vistosas botas. Vestía ajustados pantalones de seda
blanca. Llevaba una amplia casaca de color azul celeste que dejaba ver una
camisa de seda blanca con el cuello abierto, y un fajín de color escarlata en
torno a la cintura. La capa estaba adornada con botones plateados en forma de bellota,
y los puños y solapas llevaban adornos de oro. El cuello era de raso. Un
sombrero brillante completaba la anticuada vestimenta que se había llevado cien
años atrás. De su cinto colgaba un pesado alfanje.
—¡Conan! —exclamaron al unísono los
dos bucaneros; Valenso y Galbro contuvieron la respiración al oír el nombre.
—¿Quién si no? El gigante se acercó
a la mesa, riendo burlonamente ante su asombro.
Escrito
a principios de 1935, después de Más allá
del río negro, El negro desconocido
es uno de los mejores (e infravalorados) relatos del texano. Este no se publicó
en su forma original hasta el lejano año 1987 en Echoes Of Valor. Anteriormente fue reescrito (y vilmente amputado)
por L. Sprague de Camp con el título de El
tesoro de Tránicos.
Inspirado
en La letra escarlata, las historias
de piratas y el western, con
encontramos con el cimmerio huyendo a través de los Yermos Pictos, acosado por
un grupo de salvajes que pretenden acabar con él. Su huida lo conduce a una
cueva abandonada ante la que, de forma sorprendente, sus perseguidores dan la
media vuelta y abandonan espantados la cacería en el momento de la victoria.
Capítulos más tarde, Conan decide participar en una intriga protagonizada por
Zarono y Strombanni, viejos rivales piratas que buscan el tesoro de Tránicos en
aquella costa desolada alejada de la civilización. El bárbaro, que lo ha
encontrado de pura casualidad, no duda en atizar el aborrecimiento que
experimentan ambos capitanes para sobrevivir a cualquier precio.
Conan
no necesita esforzarse para ser tan odiado como temido por sus oponentes:
—¡Haz subir a los hombres! —dijo
Strombanni, echando espumarajos por la boca—. ¡Treparemos y lo mataremos!
—¡No seas necio! —gruñó Zarono—.
¿Crees acaso que algún hombre en la tierra podría subir por esos peldaños?
Mantendremos a los hombres apostados aquí durante el tiempo que sea necesario
para acribillarlo a flechazos si se atreve a aparecer. Pero vamos a conseguir
esas joyas. Él tiene algún plan para hacerse con el botín; de lo contrario, no
hubiera traído a treinta hombres para llevárselo. Si Conan es capaz de cogerlo,
también nosotros lo podemos hacer. Vamos a doblar la hoja del alfanje formando
un gancho, lo tiraremos para que rodee la pata de la mesa y así la traeremos
hasta la puerta.
—¡Bien pensado, Zarono! —dijo Conan
desde arriba con voz burlona—. Eso era exactamente lo que yo tenía pensado.
Pero ¿cómo vais a encontrar el sendero para regresar a la playa? La noche caerá
antes de que lleguéis allí, si es que pensáis abriros camino por el bosque, y
entonces yo os seguiré y os mataré uno por uno en la oscuridad.
—No es una fanfarronada —masculló
Strombanni—. Puede moverse y golpear en la oscuridad tan silenciosamente como
un fantasma. Si nos da caza mientras regresamos por el bosque, seremos pocos
los que consigamos volver con vida a la playa.
Aunque
no existen pruebas documentales de que Howard intentara vender el relato a
Farnsworth Wright, probablemente este lo rechazaría para su revista. La historia
fue demasiado experimental (el bárbaro vuelve a ser un personaje secundario
dentro del cuento) para Weird Tales
que, tal como hemos comprobado en anteriores ocasiones, era más partidaria de imperios
en ruinas, doncellas indefensas y horripilantes criaturas demoniacas. Intentando
rescatarla del naufragio, el texano borró las referencias del mundo hiborio y
revisó la historia (Espadas de la
Hermandad Roja) con Terence Vulmea como protagonista. Desafortunadamente,
no fue publicada hasta 1976.
LOS
ANTROPÓFAGOS DE ZAMBOULA
(WEIRD TALES, NOVIEMBRE DE 1935, TITULADO COMO SOMBRAS EN ZAMBOULA)
Zabibi se convirtió en un
torbellino asombroso de rápidos movimientos. Las cabezas fallaban por
centímetros. Desde algún lugar oculto llegaba una música extraña que se
mezclaba con el terrible silbido de las serpientes, que era como un maligno biento
nocturno soplando a través de las vacías cuencas de una calavera. A pesar de la
rapidez de sus movimientos, la joven se dio perfecta cuenta de que los odiosos
animales no atacaban al azar. Obedecían a la extraña y siniestra melodía que
sonaba a lo lejos. Atacaban con un ritmo espantoso y, por la fuerza, los
movimientos de la muchacha tenían que acoplarse al ritmo de los animales. Sus
frenéticos movimientos hacían parecer normales y serenas las danzas más
obscenas de Zamora. Enferma de asco, y vergüenza y horror, Zabibi oyó la risa
implacable de su verdugo.
—¡La Danza de las Cobras, amada mía!
—dijo Totrasmek, riendo—. Así bailaban las vírgenes ante el altar de
sacrificios de Hanumán hace siglos..., pero nunca con la misma belleza y
suavidad que tú. ¡Baila, muchacha, baila! ¿Durante cuánto tiempo más podrás
evitar los colmillos del Pueblo Venenoso? ¿Minutos? ¿Horas? Al final te
cansarás. Tus pies rápidos y seguros vacilarán; tus piernas te fallarán; tus
caderas girarán con más lentitud. Entonces, los colmillos de las cobras
comenzarán a hundirse en tu marfileña carne...
El
siguiente cuento del cimmerio repitió la rutinaria fórmula que tanto agradaba a
Wright y, como era de esperar, no tardó mucho en ser comprado. La historia toma
elementos orientales propios de Kirby O’Donell o El Borak y el suspense típico de Steve Harrison. En Los antropófagos de Zamboula encontramos
misterio, caníbales, una cuidad sumida en el terror, sacrificios humanos y
sortilegios.
Uno
de los mejores momentos de la saga es el siguiente:
Por la boca entreabierta de Baal-pteor silbó
el aire. Su rostro se estaba poniendo azul, y el temor se reflejó en sus ojos.
Los músculos de sus enormes brazos estaban a punto de estallar, Pero el cuello
de toro del cimmerio no cedía. Bajo los dedos desesperados del gigante, los
músculos del cuello de Conan eran como cuerdas de hierro. Sin embargo, la carne
de Baal-pteor cedía bajo los dedos de hierro del cimmerio, que se hundían más y
más en los músculos de la garganta del otro, hasta aplastarlos contra la
yugular.
La inmovilidad estatuaria de los
hombres dio paso a un movimiento súbito y veloz cuando el kosalano comenzó a
retorcerse e intentó echarse hacia atrás. Soltó la garganta de Conan y se llevó
ambas manos a la suya, tratando de apartar aquellos dedos inexorables.
Con una embestida repentina, el
cimmerio lo fue doblando hacia atrás hasta que la espalda del gigante golpeó la
mesa. Conan siguió doblando al hombre más y más hasta que su columna vertebral
estuvo a punto de quebrarse.
La suave risa de Conan fue
implacable como el sonido metálico de dos espadas.
—¡Imbécil! —exclamó el cimmerio—.
Me parece que nunca habías visto a un hombre occidental. ¿Acaso te has creído
fuerte porque eres capaz de retorcer los cuellos de hombres civilizados, pobres
diablos con músculos como cuerdas podridas? ¡Diablos! Trata de romper el cuello
de un toro salvaje de Cimmeria antes de considerarte fuerte. Eso es lo que hice
yo antes de llegar a ser hombre... ¡Así!
Con un movimiento salvaje, Conan
retorció la cabeza de Baal-pteor hasta que su cara quedó mirando el hombro y
sus vértebras chasquearon como una rama rota.
Después
de rescatar a una muchacha de unos caníbales, esta convence a Conan a que lo
ayude a salvar la vida a su amante, que se encuentra bajo el influjo de un
maligno hechizo. Seducido por la idea de poseer a Zabibi, el bárbaro no duda en
hacer lo que ella le pide. Posteriormente, cuando la joven es secuestrada, tal
como ha pasado muchas veces antes, el cimmerio salva a Zabibi, aniquila a sus
adversarios y resulta victorioso donde cualquier otro fracasaría. En
comparación con El negro desconocido
y la próxima Clavos rojos, esta
historia carece del mismo nivel de inventiva y calidad.
El
relato consiguió la portada del mes de noviembre de 1935: la escena de
Zabibi/Nafertari bailando desnuda ante unas serpientes era demasiado llamativa
para ignorarla. Cabe preguntarse hasta qué punto Howard se vio obligado a
incluir escenas eróticas para vender las historias de Conan a Weird Tales. Como solía ser habitual, el
bárbaro desapareció a favor de un personaje femenino.
CLAVOS
ROJOS
(WEIRD TALES, AGOSTO-SEPTIEMBRE DE
1936)
Valeria se despertó con un
estremecimiento, al ver que el gris amanecer se extendía sobre la planicie. Se
incorporó y se frotó los ojos. Conan estaba cortando una planta de cactus, y pelaba
diestramente la piel y las espinas.
—No me despertaste —dijo ella—. ¡Me
has dejado dormir toda la noche!
—Estabas muy cansada —repuso el
cimmerio—. Y deben de dolerte las posaderas, después de una cabalgada tan
prolongada. Los piratas no estáis habituados a andar a caballo.
—¿Y tú?
—Yo fui kozako antes que pirata —respondió
Conan—. Y esa gente vive sobre la silla de montar. He dormido a ratos, como una
pantera que espera junto al sendero el paso de un venado. Mis oídos se
mantenían alerta mientras mis ojos dormían.
Lo cierto es que el gigantesco
bárbaro parecía tan descansado como si hubiese dormido toda la noche sobre un
lecho de plumas. Una vez que hubo quitado todas las espinas, le entregó a
Valeria la jugosa hoja de cactus.
—Prueba esto —dijo—. Es un buen
alimento y una bebida para el hombre del desierto. Yo fui jefe de los zuagires,
unos nómadas que viven de saquear caravanas.
—¿Hay algo que tú no hayas sido? —le
preguntó Valeria, en parte con burla y en parte con admiración.
—Sí. No he sido rey de un país
hiborio —declaró él sonriendo, mientras masticaba el jugoso cactus—. Pero no
pierdo la esperanza de llegar a serlo algún día. ¿Por qué no habría de ser rey?
Acuciado
por las deudas que le ocasionaban los gastos médicos de Hester Howard, el
texano escribió al editor de Weird Tales
pidiéndole cobrar el dinero que le debía por los relatos que había publicado en
la revista. Por desgracia, no llegaría a disfrutar económicamente de los frutos
de su trabajo; Wright terminaría pagando al padre del escritor más de mil
dólares en concepto de derechos atrasados.
A
finales de junio, Howard empezó a escribir lo que sería la despedida de su
héroe más famoso: Clavos rojos. Al
igual que en Xuthal del crepúsculo,
Conan llega a una ciudad aislada acompañado por una hermosa mujer. Valeria es
uno de los mejores personajes femeninos del autor: fuerte, decidida, valiente y
hábil con la espada. La decadencia de la civilización, otra de las obsesiones
del texano, aparece retratada en la historia, tal como había narrado anteriormente
en Más allá del río negro, Luna de calaveras
o los Dioses de Bal-Sagoth. Los habitantes de Xucholt, ajenos al mundo que
han dejado atrás, se han entregado a sus placeres por completo, degenerando de
una civilización inteligente y sofisticada a otra tortuosa y bárbara. En una
carta enviada a Lovecraft, nos encontramos que Howard alega que aquella sería
su última obra de ficción. Clavos rojos fue
publicada a los pocos meses de la muerte del autor y finalizó anunciando el
fallecimiento del mismo a los lectores de la revista.
EPÍLOGO
Han
pasado ochenta años desde la muerte de Howard y su estrella continúa
brillando con fuerza entre nosotros. Conan el cimmerio —«pelo negro, los ojos
sombríos, la espada en la mano, un ladrón, un saqueador, un asesino, de
gigantescas melancolías y gigantescos pesares»— ha conseguido sobrevivir a
cualquier dificultad. Tal como predijo su creador, el bárbaro siempre termina
triunfando.