Brillante cáscara de una gastada
mentira; fábula del derecho divino...
Recibiste en herencia tus coronas,
pero la sangre fue mi precio.
¡Por Crom que no venderé el trono
que conseguí con sangre y sudor
por valles llenos de oro, ni la
amenaza del Infierno!
El
camino de los reyes
Howard
pasó la mayor parte de su corta vida en soledad, recluido delante de la máquina
de escribir, forjando todo tipo de historias y personajes que lo convertirían
en leyenda. Tal como le sucede a la mayoría de los artistas, la gente que lo
rodeaba nunca fue capaz de entender sus intereses y mucho menos valorar su
trabajo. Tenía pocas amistades, no se relacionaba con el sexo opuesto y su
tiempo libre lo dedicaba a la narrativa, viajar por los alrededores y cuidar de
su madre, cuya precaria salud iría empeorando a lo largo de los siguientes
años. A diferencia de los héroes salidos de su pluma, el autor era una persona
tímida, meditabunda e introvertida. Solomon Kane o Kull de Valusia lo hubieran
representado sobre el papel perfectamente.
Antes
del nacimiento de Conan de Cimmeria, el texano había escrito sobre el
espadachín Solomon Kane (su primera creación literaria importante), la fantasía
prehistórica del rey Kull, el picto Bran Mak Morn, los marineros/boxeadores
Steve Costigan (Fight Stories) y Kid
Allison (Sport Story Magazine),
Turlogh O’Brien (proscrito del siglo XI dominado por el odio del que solo pudo
completar dos historias), Cormac Fitz Geoffrey (ficción histórica ambientada en
la Tercera Cruzada), Cormac Mac Art (pirata irlandés que corre aventuras junto
a un grupo de saqueadores vikingos), terror inspirado en los mitos de Cthulhu (Los hijos de la noche y La piedra negra) y Rostro de Calavera (una novela corta en consonancia con los gustos
de la época que imitaba el estilo “peligro amarillo” de Sax Rohmer), entre
muchas otras historias. ¿Cuántos autores serían capaces de mostrar un
rendimiento, una versatilidad y una excelencia literaria similar en los tiempos
que corren?
Todo
ello le sirvió para pulir imperfecciones, desarrollar habilidades y templar la
calidad de su prosa. La mente de Howard funcionaba de forma práctica: creaba
una serie y, si esta no tenía éxito o perdía el interés por la misma, la abandonaba
y empezaba otra. Los pulp pagaban
poco y mal; debía producir historias lucrativas para llegar a fin de mes. Al
carecer de contactos, influencia o prestigio comercial en el mundo literario,
únicamente contaba con su talento, obstinación y palabras para vender. Pocos
novelistas (Rudyard Kipling, Jack London, Edgar Rice Burroughs) tenían el
privilegio de publicar en tapa dura en los años —previos y posteriores— de la
Gran Depresión.
Aunque
el texano siempre será recordado por sus relatos de fantasía heroica, vale la
pena destacar las historias humorísticas —tanto de boxeo como del oeste— que
escribió en vida. Estas destilan una imaginación, una calidez y una ironía
difícil de igualar. Howard no fue un individuo sombrío, huraño, violento o
amargado por voluntad propia. El estado en el que creció —una Texas rural
alejada de la mano de Dios— no era idóneo para un individuo de tamañas
aptitudes y su don para las letras —entre humildes mineros, agricultores y
obreros— nunca encajó en aquella comunidad. Tal como demuestran sus numerosas
cartas, siempre experimentó desarraigo, aislamiento y aversión hacia sí mismo.
Emociones comprensibles, dada su sensibilidad y lo claustrofóbico de su
entorno. Por desgracia, las cartas estaban sobre la mesa y jamás tuvo la
oportunidad de escapar de Cross Plains. Quizá por ello los cuentos del autor
hayan trascendido sobre los de otros escritores de Weird Tales: su fructífera y ardiente imaginación siempre le fue
preferible al mundo real. Aquellas historias violentas y apasionadas, llenas de
luces y sombras, reflejaban los miedos, terrores nocturnos y deseos reprimidos
de Howard. Cuando exploraba su interior, implicándose emocionalmente, forjaba
diamantes literarios difíciles de superar.
LA
CIUDADELA ESCARLATA
(WEIRD TALES, ENERO DE 1933)
Contemplaba, con una siniestra
sonrisa en el rostro, cómo los reyes frenaban sus caballos a una distancia
segura de la taciturna figura que se alzaba por encima de los muertos. Hasta el
hombre más valiente retrocedía al ver el brillo asesino que brotaba de los
fogosos ojos azules que asomaban por debajo del casco. El rostro oscuro y lleno
de cicatrices de Conan ardía de odio; su armadura negra estaba hecha pedazos y
manchada de sangre; su enorme espada estaba roja hasta la empuñadura. En aquel
momento había desaparecido todo rastro de civilización; allí había un bárbaro
enfrentado a sus vencedores. Conan era un nativo de Cimmeria, un montañés fiero
y taciturno originario de una tierra oscura y nubosa del norte. Su vida y sus
aventuras, que lo habían llevado hasta el trono de Aquilonia, se habían
convertido en leyenda.
Imágenes
de la batalla de Roncesvalles sobrevuelan la introducción de La ciudadela escarlata. Nos encontramos
con un Conan de cuarenta años, soberano de Aquilonia, apresado en el campo de
batalla por unos enemigos que lo han vencido gracias a la traición. La historia
(la más larga del personaje hasta la fecha) reúne lo mejor de la serie: grandes
combates, brujería, serpientes gigantes, mazmorras atestadas de criaturas
demoniacas y guerras herederas de la épica medieval que tanto interesaba al
autor. El cimmerio solo cuenta con su coraje, fuerza de voluntad y destreza en
el combate para sobrevivir. Su huída a través de los túneles y criptas de la
fortaleza está brillantemente escrita, dosificando tensión, misterio, drama y
horror.
Durante
su estancia en los calabozos de Tsotha, uno de los carceleros lo reconoce como
Amra, su apodo de juventud cuando pirateaba junto a Bêlit en las costas de los
reinos del Sur. La conversación resume el carácter volcánico del cimmerio en
unas pocas líneas:
—He arriesgado mucho para venir a
verte. ¡Mira! ¡Las llaves de tus grilletes! Se las robé a Shukeli. ¿Qué me darás
por ellas? —preguntó, agitando las llaves delante de los ojos de Conan.
—Diez mil monedas de oro —contestó
el rey rápidamente, con una esperanza en el corazón.
—¡No es suficiente! —repuso el
negro gritando, con feroz alegría en su rostro de ébano—. No es suficiente
teniendo en cuenta el riesgo que corro. Tsotha es capaz de enviar a sus
monstruos para que me devoren, y si Shukeli se da cuenta de que le robé las
llaves, me colgará del... bueno, ¿qué me das?
—Quince mil monedas y un palacio en
Poitain —ofreció el rey.
El negro lanzó un alarido y se puso
a dar saltos de alegría.
—¡Más! —pidió a gritos—. ¡Ofrece
más! ¿Qué me darás?
—¡Perro negro! —dijo Conan, con un
rojo velo de furia en los ojos—. ¡Si estuviera libre, te rompería el cuello!
¿Acaso Shukeli te envió aquí para que te burlaras de mí?
Virilidad
en estado puro. Comparado con las creaciones de otros escritores de la época,
más amables y asequibles para el público general, Conan destaca por su
personalidad impetuosa, fiera y salvaje. Este es un hombre inteligente, hábil y
de muchos recursos. En su posterior traslación al cine, al igual que sucedió
con Tarzán, perdió misteriosamente la capacidad de comunicarse. De hecho, la
mayoría del público cree que el cimmerio es un individuo hipermusculoso, vestido con acero
y pieles, que solo sabe “aplastar enemigos, verlos destrozados y oír el lamento
de sus mujeres”. Nada más lejos de la realidad.
Lástima
que Howard no hiciera hincapié en la etapa de Conan como rey. El fénix en la espada, La Ciudadela
Escarlata y la novela La hora del
dragón (de la que hablaré más adelante) cuentan entre las joyas de la
corona del bárbaro y, por defecto, de su autor.
LA
REINA DE LA COSTA NEGRA
(WEIRD TALES, MAYO DE 1934)
Y bailó como un torbellino en el
desierto, como una llama inextinguible, como el impulso de la creación y de la
muerte. Sus pies blancos rozaban suavemente la cubierta manchada de sangre, y
los moribundos se olvidaron de morir mientras la contemplaban extasiados.
Entonces, al tiempo que las blancas estrellas brillaban tenuemente a través del
terciopelo azul del atardecer, haciendo de su cuerpo una borrosa llama
marfileña, Bêlit lanzó un grito salvaje y se arrojó a los pies de Conan. El
ciego deseo del cimmerio le hizo olvidar el mundo cuando estrujó su jadeante
cuerpo contra las negras placas de su pecho acorazado.
Después
de que Weird Tales comprara El fénix en la espada, La Torre del Elefante
y La ciudadela escarlata, a Howard no
le costó vender una de sus historias más famosas: La reina de la Costa Negra. Jamás —ni antes ni después— encontraremos
tanta sensualidad y romanticismo en la saga. Todo ello se lo debemos a la reina
corsaria Bêlit, a la que Conan une su destino a continuación de una sangrienta
batalla naval contra los miembros del Tigresa.
Espoleado por la libertad, la aventura y el botín que le prometen los océanos,
no duda en convertirse en su amante y compañero de armas, antes de lanzarse a
saquear los mares del Sur. El cimmerio se transforma en Amra, el León, y
durante años de pillaje, luchas y vagabundeo, su nombre se convierte en
leyenda. Puede que el pasaje más famoso de toda la obra de Howard sea el
siguiente:
¡Si yo muero y tú tuvieras que luchar por tu
vida, yo volvería del abismo para ayudarte; sí, lo haría tanto si mi espíritu
flotara bajo las velas purpúreas del mar cristalino del paraíso, como si se
retorciese entre las llamas del infierno! ¡Soy tuya, y ni los dioses ni la
eternidad podrán separarnos!
El
Tigresa se introduce en el río
Zarkheaba buscando una misteriosa ciudad abandonada en la que esperan conseguir
el botín digno de un rey. La ambición ciega a la tripulación y a su capitana y,
en un dramático giro inesperado, todos pagan un precio. El bárbaro, con las
venas hirviendo por el odio y la sed de venganza, decide enfrentarse a sus
oponentes en inferioridad de condiciones. La batalla entre las ruinas es épica:
experimentamos la tenebrosa ira del cimmerio, los disparos de su arco y el
impacto de las flechas en el enemigo. El clímax de la historia llega cuando
Conan se encuentra atrapado debajo de una columna, a punto de perecer, y
gracias a la aparición de su amada logra destruir al diablo alado que pretendía
acabar con él.
A
diferencia de las doncellas asustadas y sin personalidad que aparecerían
posteriormente, Bêlit destaca por ser una mujer independiente, fuerte y
guerrera; la versión femenina del bárbaro. Aunque la reina pirata es un
personaje fascinante, siempre he creído que los estudiosos exageraron la
relación que mantuvo con Conan, convirtiéndola en el gran amor de su juventud.
Este nunca fue un personaje romántico; no encajaba con su instinto de
supervivencia. Finalmente, la imagen del cimmerio apoyado sobre una espada
manchada de sangre, silencioso y desolado, mientras contempla cómo el Tigresa desaparece envuelto en llamas en
las aguas violetas y escarlatas previas al amanecer, ha pasado a la historia
del género fantástico.
Desde
sus discretos inicios, el personaje empezaba a labrarse un camino triunfal
entre las páginas de la revista y los lectores comenzaron a demandar más
relatos sobre el mismo. Con el paso de los años, Conan de Cimmeria se
convertiría en uno de los pilares de la publicación y las ventas se resentirían
cuando no contaba con historias del texano. La
reina de la Costa negra obtuvo la portada del mes de mayo de 1934; el
bárbaro ya lo había conseguido en varias ocasiones durante el año anterior.